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“Lo preocupante es que, en general, más mujeres claudican de la carrera profesional que los hombres”

Elisabet Vilella. Professor and researcher at Universitat Rovira i Virgili

Elisabet Vilella estudió Biología en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Recibió una beca predoctoral por parte del Gobierno Español y una beca posdoctoral Severo Ochoa por la Fundación Ferrer para la Investigación. Durante este periodo, realizó pequeñas estancias en la Universidad de Washington, en Seattle (Estados Unidos) y en la Universidad de Tufts, en Boston. También realizó una estancia de larga duración en la Universidad de Umeä, en Suecia.

Desde 1995 es asistente de docencia en la Universidad Rovira i Virgili (URV) y es investigadora en el Hospital Universitari Institut Pere Mata.

Además, compagina su trabajo con su familia, ya que está casada y es madre de dos chicas y un chico.

“En un futuro creo que la ciencia nos permitirá entender aún mejor cómo funciona el cerebro y llegar a conocer la causa y la curación de las enfermedades psiquiátricas”

¿Por qué decidiste dedicarte a la biología y, en especial, a la psiquiatría y neurociencia? ¿Es algo que quisiste estudiar desde siempre?

Decidí estudiar Biología a los 14 años debido a mi interés por la naturaleza y, aunque aún no era consciente de ello, supongo que también por mi gran capacidad de observación. Dentro de la carrera de Biología me incliné por la biología celular y genética.

Al acabar la carrera, empecé el proyecto de tesis doctoral, precisamente en genética de la reproducción humana, en el grupo del Dr. Egozcue, aunque trabajaba sin cobrar. A los pocos meses, me salió la oportunidad de realizar la tesis sobre genética y enfermedad cardiovascular en la Facultad de Medicina de mi ciudad natal y cobrando un sueldo.

El paso a la psiquiatría vino años más tarde, en una biblioteca de la Universidad de Seattle, dónde estaba realizando una estancia dentro de mi proyecto de tesis. Leí un compendio de artículos científicos sobre la base genética de las enfermedades psiquiátricas y, a partir de aquel día, fui gestando el proyecto de crear un grupo de investigación sobre genética de las enfermedades psiquiátricas en el Hospital Institut Pere Mata de Reus.

¿Cómo han evolucionado la psiquiatría y la neurociencia desde que eras estudiante hasta ahora? ¿Qué cambios para este ámbito prevés?

Aunque he dedicado más de 20 años de trabajo a la psiquiatría, que es una parte de la neurociencia, no me atrevo a hablar en nombre de toda la neurociencia en profundidad.

De manera genérica destacaría que actualmente entendemos más cómo funciona el cerebro y tenemos claro que las enfermedades del cerebro, incluidas las psiquiátricas, tienen una base biológica.

Para demostrarlo, diré que hace algunos años hacía una pequeña prueba con los estudiantes de quinto de Medicina, en la clase de psiquiatría que imparto. Les pedía que levantaran la mano los que creyeran que las enfermedades psiquiátricas no tenían una base biológica. Hace 15 años levantaban la mano el 80% de los estudiantes, hoy ya no levantan la mano. De hecho, he dejado de hacer esta prueba y ya sólo lo cuento como anécdota.

En un futuro creo que la ciencia nos permitirá entender aún mejor cómo funciona el cerebro y llegar a conocer la causa y la curación de las enfermedades psiquiátricas. Consecuentemente, éstas dejaran de ser tabú.

Como estudiante que fuiste, y profesora que eres ahora, ¿qué cambios has notado en la enseñanza universitaria de las ciencias?

Para mí la gran revolución es la forma de conseguir la información. Nosotros teníamos que escuchar al profesor, tomar apuntes y leer libros para estudiar, es decir, las fuentes de información eran limitadas y ya estaban filtradas. Los estudiantes de hoy tienen muchas fuentes de información y muchas de ellas sin filtros. Parte de nuestra labor como docentes es enseñarles a filtrar esta información.

A lo largo de tu carrera, ¿has vivido situaciones que, de haber sido hombre, crees que se habrían evitado?

Sí. Si me extendiera, daría para un libro. Siempre he luchado para conseguir lo que creo que merezco y por los méritos personales y profesionales, independientemente de ser o no mujer. Desde los puestos de responsabilidad que he ostentado u ostento he luchado a diario por la igualdad. Por desgracia, todavía hoy muchos profesionales de mi ámbito no soportan tener una mujer inteligente al lado. Pero no podemos recrearnos y perdernos en lamentaciones, hay que luchar hasta conseguir la igualdad profesional.

Dentro del ámbito STEM, las ciencias son una de las carreras donde más estudiantes femeninas hay. Algunos expertos afirman que las chicas prefieren las carreras científicas frente a las otras áreas STEM porque se trata de “estudios feminizados”. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué?

Creo que hay una doble explicación. El hecho cultural de asociar a los profesionales “hombres” a las ingenierías y tecnologías existe, no podemos negarlo, pero creo que también hay un motivo neurobiológico. Me explicaré: el cerebro de los hombres y el de las mujeres es diferente. La evolución humana ha llevado al cerebro de los hombres a ser más hábil para el movimiento en el espacio y para el pensamiento abstracto. Por lo contrario, el cerebro de las mujeres es más hábil para la intuición y la búsqueda de relaciones entre elementos. Cuando escogemos la carrera, aparte de tener en cuenta estos condicionantes culturales, lo hacemos en base a lo que somos más hábiles y se nos da mejor. Lo que tenemos que conseguir es que los estudiantes escojan libremente la carrera, sin prejuicios culturales.

 “Siempre he luchado para conseguir lo que creo que merezco, independientemente de ser o no mujer”

Aunque haya una cifra relativamente elevada de estudiantes femeninas en carreras universitarias científicas, a nivel estatal y mundial siguen siendo muy pocas las que acaban dichos estudios, o que acaban trabajando en estos campos. ¿A qué se debe esto?

El tema es complejo, y para buscar la explicación deberíamos fragmentarlo. Para mí, lo preocupante es que, en general, más mujeres claudican de la carrera profesional que los hombres. Aquí, una vez más, creo que hay motivos culturales y neurobiológicos. Los segundos podrán explicar que las mujeres no sean tan competitivas como los hombres, que tengan menos ansias de poder o que prioricen la maternidad a una oportunidad laboral. En este caso, si realmente neurobiológicamente fueran diferentes, ellas escogerían libremente. Pero me temo que esto está por demostrar. Además, las profesiones científicas en general son muy exigentes, y buscar excusas como la maternidad puede ser una buena solución para quedar en paz con uno mismo.

¿Qué se puede hacer desde la educación y las universidades para acabar con estos estereotipos de género que, en muchas ocasiones, condicionan el futuro laboral de las chicas?

Cómo decía Federico Mayor Zaragoza: “educación, educación, educación”. Hay que hacer entender a las mujeres que ellas, por ser mujeres, no tienen por qué renunciar a nada. Convencerlas de que la maternidad es compatible con todo y que tan responsables de los hijos – en todos los sentidos – son ellas como los padres. En paralelo, hay que educar a los hombres para que entiendan que tan responsables son ellos como las madres de la educación de los hijos y que ellos también tienen que adaptar su vida profesional a la paternidad.

Desde la Administración y las patronales hay que cambiar algunas cosas para facilitar el cuidado de los hijos dando más flexibilidad de horarios, por ejemplo.

“También hay que educar a los hombres para que entiendan que tan responsables son ellos como las madres de la educación de los hijos y que también tienen que adaptar su vida profesional a la paternidad”

¿Cómo compaginas la vida familiar con la vida laboral?

Basándome en el principio de que, en el amor, tanto para los hijos como para la pareja, es mejor la calidad que la cantidad. En cuatro años fui madre de tres hijos cuya crianza no me impidió seguir con mi carrera profesional. Una buena organización familiar, compartir responsabilidades con mi marido y muchas horas de canguros. La única cosa a la que renuncié mientras mis hijos eran pequeños fue a viajar mucho al extranjero, cosa que me limitó, por ejemplo, a implicarme en proyectos de investigación internacionales. Ahora que ya son mayores estoy recuperando esta actividad.

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